Así sirvió mi cerebro de cobaya para un estudio científico
En la puerta del Centro Mixto de Evolución y Comportamiento Humano, algunos de los investigadores aprovechan para echar un pitillo antes de comenzar su jornada. Es una mañana de verano, aún no demasiado calurosa, y los históricos jardines del Instituto de Salud Carlos III exhiben sin pudor la gran cantidad de aves que albergan. Entre ellos, algunos pájaros carpinteros que parecen lanzarme un aviso sobre lo que está a punto de sucederle a mi cabeza. "¿Vienes al registro, no?", pregunta Manuel Martín-Loeches, coordinador del área de Neurociencia Cognitiva del centro. "Pues ahora te pondrán unas esposas, las manos contra el coche y te registrarán a ver lo qué llevas", bromea.