Javier Cruz Mena, profesor de periodismo científico de la Universidad Nacional Autónoma de México
La historia de ‘Plasticidad a la carta para salvar cerebros‘, un reportaje de Antonio Martínez Ron para vozpopuli.com, empieza así. Un médico español, frustrado por la impotencia de ver cómo las técnicas quirúrgicas no alcanzan para salvar a muchos de sus pacientes con tumores cerebrales, montó un complicado protocolo de investigación científica para probar la viabilidad y eficacia de una técnica revolucionaria. Como resultado de una «reorganización plástica (de) áreas elocuentes» en y alrededor de los tumores, la prognosis de sus pacientes más graves mejoró sustancialmente.
Esta primera parte suena bien, incluso intrigante. El resto suena apropiado… para un artículo en una revista como el Journal of Neurosurgery, digamos. Pero la historia es real y enormemente importante. ¿Qué se suponía que pudiera hacer con eso un periodista de ciencia buscando publicar en un portal digital para mortales?
En un caso ideal, lo que ha hecho Antonio Martínez Ron: crear una narrativa periodística nada menos que de excelencia, como lo ha relatado en los ‘Diálogos sobre Periodismo de Excelencia‘ en la segunda Jornada del Observatorio PerCientEx.
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Antonio lleva varios años haciendo ‘periodismo cerebral’, no sólo porque todo lo que escribe ha sido procesado rigurosamente por su inteligencia, sino en un sentido más literal porque el cerebro, como asunto de interés científico, ha ocupado un lugar central en su interés como periodista.
No siempre fue así. Tal como él mismo lo relata, en la etapa oscura de su carrera periodística se ganaba el salario persiguiendo la nota política. Hasta que vio la luz y encontró su Norte: «pasión por las buenas historias«. Cualquiera que se premie con un paseo por la obra pública de Antonio notará que cuenta buenas historias y que lo hace con «apetito vehemente» (que es la interpretación más pertinente que el Diccionario de la Lengua Española le da al vocablo pasión). Sólo que quienes hemos soñado con acercarnos siquiera a la excelencia en esta profesión sabemos que con eso no basta, que es indispensable el aporte de cierto tipo de talento y disciplina.
Al analizar lo que hizo de ‘Plasticidad a la carta para salvar cerebros‘ un reportaje de excelencia, me interesó, por tanto, buscar las señales del talento y la disciplina que invirtió Antonio como reportero. Las señales están por todas partes, pero el entramado es complejo porque, como él mismo contó durante la jornada de Diálogos, lo publicado en vozpopuli.com fue apenas «la punta del iceberg» de una historia —la suya personal con el tema de este reportaje, que se desprende a su vez de su historia aún mayor con el cerebro como tema periodístico— que le ha tomado varios años y le ha supuesto textos, documentales y en general un desafío periodístico fenomenal.
Las buenas historias
Acordemos un par de premisas más o menos obvias: los periodistas contamos historias, y toda historia contiene algún conflicto entre sus personajes.
Con eso en mente, ensayo una síntesis —inevitablemente torpe e injustamente breve— de la historia en el reportaje de Antonio. El punto de partida de la ciencia involucrada es, si lo desnudamos, una salvajada: cascar el cráneo de un ser humano para sacarle pedazos de cerebro a desliz de bisturí. Cuidado: la causa es de lo más noble que hay —salvar la vida, y mejorarla, de pacientes desgraciados por alojar tumores cerebrales—, pero el procedimiento tiene sus bemoles, no sólo por lo carnicero de la descripción sino, crucialmente, por su relativa ineficiencia. Cuando el neurocirujano entra, tiene una idea más o menos cierta de la cantidad de tumor que podría ser razonable quitar, pero si maniobra cerca de una región con funciones altamente valiosas, el riesgo de dejar al paciente con capacidades disminuidas obliga al equipo médico a cortar menos que lo que habrían querido.
El conflicto está a la vista: ser precavido, y por ello correr el riesgo de dejar dentro restos del tumor; o ser arrojado, y hacer pagar al paciente el precio de salir del quirófano con limitaciones severas en la capacidad del habla, por ejemplo.
La historia que nos ha contado Antonio es fascinante entre otras cosas porque no centra el conflicto en personajes —¿el cirujano contra el paciente? ¿un médico timorato contra uno audaz?— sino en ideas… ideas científicas. La lucha entre la prudencia y el arrojo en la cabeza de Juan Antonio Barcia, el neurocirujano, empieza a resolverse con ayuda de una tercera idea: la posibilidad de una «reorganización plástica (de) áreas elocuentes», latinajo que en la pluma de Antonio se convierte en: «es como mover los muebles a otra habitación del cerebro para poder operar sin romper nada».
Mudanzas que bien valen el riesgo
Es una metáfora que hace lo que se desea que haga una metáfora cuando funciona bien: arroja luz sobre zonas de la historia en que el follaje de información—otra metáfora, menos afortunada— ensombrece el argumento científico. Me detengo en ello porque este fue uno de los puntos más interesantes de la participación de Antonio en los Diálogos. Rebasada la concepción de que quienes escribimos sobre ciencia debemos «traducir» del «lenguaje científico» (si es que tal cosa existiera), queda, empero, el problema colosal de trasladar a la narrativa periodística la argumentación científica.
Esta es una parte ineludible de lo que Kovach y Rosenstiel (autores de ‘The Elements of Journalism’, Three Rivers Press, Nueva York, 2007) han identificado como la esencia del periodismo: la verificación. Entender la argumentación científica —que incluye hipótesis, evidencia científica, explicaciones y predicciones, como mínimo— es requisito indispensable para que el periodismo de ciencia pueda, a continuación, narrar la historia y dar al público, en el proceso, elementos para que se convenza por sí mismo de la validez de los sustratos.
En el caso de ‘Plasticidad a la carta’ me interesaba saber cómo había sorteado Antonio el riesgo de que la metáfora de los muebles pudiera confundirse con la explicación científica del fenómeno de «reorganización plástica (de) áreas elocuentes». Las metáforas son, concedió Antonio, «un factor importantísimo y está infravalorado. Los periodistas necesitamos saber hacer metáforas… crearlas, incluso». Entra en juego la capacidad narrativa del periodista, con tintes líricos en ocasiones, frente a la fidelidad de la ciencia al rigor argumentativo. «Algo que sea comprensible y además riguroso: ahí está el equilibrio», dijo.
Al final es justamente aquí donde reconocemos la excelencia en el trabajo de Antonio Martínez Ron. Con frecuencia encuentra —y lo ha conseguido en este caso— las proporciones adecuadas de valor periodístico del tema, claridad mediante el uso de metáforas y otros recursos retóricos, contenido de ciencia cuando y donde es necesario para poner en público aquello que le inyecta pasión a su trabajo: buenas historias.