Gonzalo Casino, profesor de periodismo científico y de datos de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona
¿Desde cuándo un trabajo periodístico incluye un apartado de metodología? Algo sustancial ha cambiado en el periodismo para que consideremos el trabajo ‘Anticonceptivos‘ de Eva Belmonte y su equipo de la Fundación Civio como un reportaje. Pero no es un caso aislado, sino un ejemplo notable de una “nueva” manera de hacer periodismo que ha venido madurando desde la década de 1960 y no ha despuntado hasta hace unos 10 años, cuando se juntaron crisis, tecnologías, voluntades y una urgente necesidad de explicar la complejidad, entre otros factores.
Nos falta quizá una denominación adecuada para un proyecto como este sobre el acceso a los anticonceptivos en todo el mundo, que se despliega en capas y pestañas, y se desparrama en textos, datos, gráficos, fotos y vídeos. Pero podemos llamarlo reportaje porque nos cuenta con palabras corrientes una historia real de interés público. No hay duda de que es periodismo, y del bueno, porque destila independencia y exhibe claridad y precisión; y, además, ha sido premiado y seleccionado como una muestra de periodismo científico de excelencia en la edición de 2018 de PerCientEx. Pero lo que más desconcierta es esa pestaña que dice “metodología”.
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Leer el apartado de metodología ayuda a entender. Según se describe, el proyecto se basa en la investigación, el acopio de datos y el cruce de variables. Podría encuadrarse como periodismo de salud, de investigación, de datos o de precisión, entre otras etiquetas. Pero lo significativo son las técnicas de investigación aplicadas y sus similitudes con el método científico, entre ellas la de dejar constancia de la metodología. El planteamiento, como corrobora Eva Belmonte, es “trabajar como un científico, con metodología científica, y explicar lo que has hecho y los resultados para que todo el mundo lo entienda”. El resultado –periodismo con metodología científica y reporterismo– tiene elementos propios de la ciencia que vale la pena analizar.
Periodismo a fuego lento
Lo primero es el tempo. Los seis meses dedicados a realizar este reportaje es un tiempo más propio de la ciencia que del periodismo. «Hay dos tipos de periodistas: los que escriben rápido y los que no son periodistas«, dejó escrito Miguel Ángel Bastenier en un tuit. Eva Belmonte era una periodista rápida cuando cubría la actualidad diaria en la redacción de El Mundo en Barcelona y, sin duda, sigue siéndolo, pero un proyecto como este ha exigido meses de preparación. Y solo entonces, tras interrogar a personas y datos, cruzar variables y hacerse más preguntas, empezó el reporterismo sobre el terreno para explorar los datos más llamativos (México, Israel, Gambia y Senegal), recoger testimonios, atar cabos, entender la situación y contarla.
El reportaje sobre anticonceptivos, al igual que los otros dos sobre medicamentos y vacunas de la serie Medicamentalia, es heredero del mejor periodismo científico y de precisión que propugnaba Philip Meyer en la década de 1960. La precisión se fundamenta, de entrada, en la especialización y el conocimiento profundo del tema que se investiga. Esto previene la instrumentalización del periodismo por las fuentes y ofrece un plus de confianza e independencia. “Para ser independiente necesitas saber mucho del tema del que estás hablando”, recalca Eva Belmonte. Y, en un alarde de confianza, añade: “No enseñamos nada a las fuentes hasta que publicamos”.
Colaboración, transparencia y replicabilidad
Ciencia y periodismo comparten otros rasgos importantes, empezando por su irrenunciable vocación de investigación y servicio público. “El mejor periodista es un investigador, pero ni policía, ni juez. Documenta e interpreta el caso, y ahí acaba su función”, dejó también escrito Bastenier en otro tuit. Pero hay, al menos, otros tres elementos característicos de la ciencia que también están presentes en este reportaje. El primero es el trabajo en equipo y la colaboración, que se extiende hasta la posibilidad de republicar gratuitamente el reportaje en otros medios. Esta colaboración periodística, cuyo ejemplo más notable es quizá el de los papeles de Panamá, empieza a ser cada vez más habitual.
Un segundo elemento común es el acceso público a la base de datos. Esta voluntad de transparencia, que va más allá de los simples enlaces a las fuentes, permite que el lector pueda comprobar y cotejar por sí mismo los datos y las afirmaciones. Y es, además, la premisa necesaria para un tercer elemento: la replicabilidad, un rasgo tan distintivo de la investigación científica como poco habitual en el periodismo. Al divulgar las fuentes de datos y la metodología se facilita la realización de reportajes similares y que otros medios puedan replicar la investigación en otros contextos.
Es curioso que mientras la ciencia vive una crisis de replicabilidad, una parte mínima pero valiosa del periodismo se esfuerza en ser replicable; y, mientras una parte de la ciencia publicada adolece de precipitación, superficialidad, falta de relevancia, fragmentación y redundancia (salami publication), hay un periodismo que se esfuerza en superar estas deficiencias. Diríamos que cierta ciencia se mira en el espejo de los medios, y cierto periodismo, en el espejo de la ciencia. No es algo significativo, pero tampoco un espejismo. La ciencia sigue siendo ciencia, y el periodismo, periodismo. Sin embargo, el tipo de trabajo que representa este reportaje de la Fundación Civio, con ese cuerpo extraño que es su apartado de metodología, bien merecería ser considerado auténtico periodismo “científico”.