Mónica G. Salomone, periodista especializada en ciencia y analista de la edición 2021 del Observatorio PerCientEx.
Tres décadas de periodismo de ciencia son mis galones. Lo digo porque solo la experiencia apuntala mi mensaje: abandonad toda esperanza −advertía Dante a los turistas del Inferno−de hallar en este texto evidencia y datos contrastados. Pero para mí está claro: el periodismo de ciencia mejora, alcanza su razón de ser, cuando se hibrida con otras formas de periodismo.
La serie de reportajes iniciada con La mala leche de los CLAP, publicada en febrero de 2018 en Armando.info es una muestra de este mestizaje. Es, en palabras de su coautora Patricia Mercano (@Pmarcano11), “un gran trabajo de periodismo de investigación que se apoyó en la ciencia para revelar lo que ciertas personas querían mantener oculto (…), un muy buen ejemplo de cómo hacer periodismo de salud, ciencia y corrupción juntos”.
Se ensalza con frecuencia el periodismo de calle, cercano a las fuentes, a lo que huele y duele. El periodismo de ciencia, por contra, baja poco al barro. Tiende a crecer al amparo de la academia, nutrido por papers y por la veneración al sabio −en masculino deliberado−; en él las calles llevan casi únicamente a centros de investigación, y conocer a las fuentes se confunde a menudo con no cuestionar a las fuentes.
Mestizaje periodístico
Eso está cambiando. En los artículos sobre la crisis del clima hay modelos matemáticos, física atmosférica y acidificación del océano, pero también refugiados climáticos y activismo juvenil. En los reportajes sobre vacunas anticovid hay anticuerpos y ácidos nucleicos, y además relatos sobre el duelo de los fallecidos.
La mala leche de los Clap denuncia el fraude internacional que hizo posible la distribución a familias con pocos recursos, por parte del Gobierno de Venezuela, de un alimento llamado leche pero que no era leche. En plena crisis, en un país con cada vez más población en riesgo de desnutrición, Armando.info destapó un problema humanitario de grandes proporciones. Lo hizo con las armas del periodismo, y además usando la ciencia como árbitro.
Los periodistas olfatearon la historia, recogieron testimonios de afectados y valoraciones de expertos, se esforzaron por contrastar la información, buscaron fuentes con intereses distintos. Y la ciencia fue la guinda. En la era de los bulos y de la postverdad, la ciencia es en estos reportajes el instrumento de la verdad aristotélica: “Decir de lo que es, que es”. No siempre la ciencia puede ser tan categórica; esta vez, sí.
Como explica Mercano, “sin la ciencia no hubiéramos podido trascender del rumor y de las simples denuncias que circulaban por redes sociales a un trabajo bien documentado y verificable, que demostraba que esa supuesta leche en polvo no era leche, y que incluso se estaba frente a unos productos que arriesgaban la salud de los niños y de las personas de la tercera edad, sobre todo hipertensos y diabéticos, por las altas concentraciones de sodio y carbohidratos”.
Lo más difícil, «fuentes confiables»
La mala leche de los CLAP demostró el fraude en la composición de ocho marcas de leche. Su publicación tuvo un impacto “inmediato”. Los ciudadanos entendieron el porqué del mal sabor y los efectos estomacales que les causaban estas leches. “Los medios republicaron el trabajo”, explica Mercano, “y con los meses comenzamos a notar que las marcas analizadas dejaron de llegar en las cajas de alimentos que entregaba el Gobierno a las familias de bajos recursos”.
Para el reportaje de seguimiento publicado ocho meses después analizaron nuevas marcas que sustituían a las primeras en las cajas, y “nuevamente demostramos que continuaba un patrón deliberado de importar leche que no era leche (…) En total confirmamos la mala calidad de 14 marcas, todas de origen mexicano y con empresas fantasmas detrás”.
Lo más más complicado de esta investigación fue “conseguir fuentes confiables”, afirma Marcano. Para evitar “sesgos políticos” encargaron a los análisis de la composición de las leches a la Universidad Central de Venezuela, una institución pública y autónoma “respetada por los venezolanos”. Tuvieron que lidiar además “con el miedo de las fuentes; algunas temían que el Gobierno las persiguiera si hablaban sobre la calidad de estos productos”.
El equipo de periodistas no obtuvo respuesta de fuentes oficiales: “Enviamos solicitudes al Ministerio de Alimentación, al ente encargado de la importación de la leche en polvo para el programa de alimentos subsidiados, y al jefe de los CLAP(Comité Local de Abastecimiento y Producción), pero no hubo respuesta”.
«Procuramos contar historias verificables»
Armando.info hace “un periodismo que cuestiona al poder, a los poderosos, estén en la acera que estén”, dice Patricia Mercano. “Hemos logrado credibilidad y respaldo porque en nuestras investigaciones acompañamos los hallazgos con los documentos que lo confirman, siempre procuramos contar historias que puedan ser verificables, salirnos del rumor y de lo anecdótico para lograr hallar ese dato contundente”.
Se financia “con el aporte de organizaciones extranjeras que apoyan el periodismo independiente (las citamos en nuestros informes de transparencia que publicamos cada cuatro meses), y también recibimos donaciones de nuestros lectores (…). Hasta ahora nuestro modelo ha garantizado la independencia editorial, no nos imponen líneas de investigación ni de temas, hemos investigado hechos de corrupción tanto en la esfera del gobierno como de la oposición. Nos preocupa no poder ser autosustentables, es decir, que llegue el momento en el que los donantes ya no puedan apoyar a los medios venezolanos por el conflicto político y porque empeore la dictadura y nos declaren agentes extranjeros”.